El reinvento

Por Ronald Rangel Ramírez

No sé si alguien me habrá inventado alguna vez. A veces me pregunto si soy el fruto de un plan urdido en un paraje sombrío con claves y gestos de seres de otro mundo que se hablan por la mente, se miran unos a otros con ojos saltones que nacen en la espalda y que carecen de extremidades porque su evolución los ha llevado a los inconcebibles territorios de la telequinesis en los que con solo pensarlo ya está hecho.

Pero como se ha puesto de moda la palabra reinventarse, no pienso quedarme atrás y viendo cómo todos se reinventan en sus respectivos campos, pues yo me pongo un sencillo overol de telas gruesas y paso a convertirme en otra versión de mí mismo, quien sabe si mejor o peor, pero una versión 2.0 en todo caso.

En consecuencia, contaré con el beneficio de inventario, que en adelante ya no seré el mismo. Pienso seguir mi camino a la edad más adulta sin caer en manos de la paranoia del coronavirus, aunque cuidándome y dando un giro de 180 grados, quiero decir en materia de aspiraciones personales, porque de otras cosas es mejor no hablar.

Ya que hemos venido aprendiendo a convivir con el virus, me resigno a que su desaparición está tan lejana, que es mejor no esperarla, de modo que el café de la mañana seguirá siendo lento, y vuelvo a las noticias de siempre, con masacres, recompensas y el Junior haciéndonos sufrir.

Si nos reinventamos con la cuarentena, ¿qué podemos hacer ahora para re-reinventarnos? A mí se me ocurre que podríamos quejarnos menos de la realidad virtual y abandonar términos como la ‘nueva normalidad’ o ‘los protocolos de bioseguridad’, cosas que ya deberían estar incorporadas a nuestro vivir cotidiano. Resignarnos a las fiestas novembrinas vía Zoom o a las marimondas del barrio Abajo en la pantalla.

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Qué más da salir o no salir, si en las calles hay más bicicletas llevando domicilios que gente yendo a sus quehaceres habituales. Al nuevo yo le debe dar igual los almacenes que abran o que cierren y mientras haya Netflix y crispetas de microondas, poco le ha de importar si los cines cierran para siempre.

He conocido historias de gente que con el apretón de la pandemia han encontrado su verdadera vocación. Algunos han pasado de tocar instrumentos musicales a las teclas de un computador dictando refuerzos de aprendizaje sobre un pentagrama digital, otros han optado por lavar los platos sucios de la casa y otros un poco más osados han decidido que la política es su futuro.

Y en la intimidad de sus celulares, a algunos se les ha dado por leer, pero no libros con literatura pensable, sino trinos enriquecedores en Twitter, fotografías artísticas en Instagram o bien videos kafkianos en TikTok, sin sentir el más mínimo remordimiento. Se anota a la lista de pendientes infaltables en la vida que se avecina.

Si el mundo cambia, la gente cambia, pues uno también tiene que cambiar. Me niego a aceptar que sea la pandemia la que haya logrado que Biden sea el próximo Presidente del mundo. Quizás todo sea producto de esa reflexión íntima en la que todos estamos asistiendo a un planeta fundido en gases invernadero, con un dólar a 4 mil y facturas de 100 mil pesos en ‘tres maricadas’.

El cambio es imperioso. Reinventarse por segunda vez en menos de un año sin duda no es una tarea fácil, pero hay que afrontarla con gallardía y empeño. No faltará quien se niegue a la segunda realidad de la poscuarentena y a los lineamientos que va marcando la pandemia que nunca acaba, pero hay que ser coherentes. Si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonadas.

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